Fidel es un país

Fidel es un país
____________Juan Gelman

lunes, 19 de mayo de 2014

¡Huye que te coge el kitsch!

La revista El Caimán Barbudo ha ido sacando en sus últimas ediciones varios artículos muy interesantes que giran en torno a una de las epidemias más alarmantes en nuestros días: la globalización de la seudocultura consumista. La contaminación del medioambiente cultural con arte apócrifo se expande por el mundo borrando la memoria humana, la diversidad de identidades, atrofiando la capacidad de poetizar, esencial para la vida. Nos sustituyen el arte genuino de los pueblos, con una feria de ilusiones, plagada de lugares comunes, mal gusto, discurso elemental, primitivo, carente de imaginación que nos va podando sueños, sentimientos, capacidad de razonar. Nos encierran, sin percatarnos en un círculo vicioso, reduciendo el hábitat a un modo de vida donde las marcas y etiquetas se convierten en objetivo existencial. Cada día son más los que caen en esa red descerebradora y entran, sin percatarse, en estado vegetativo.
Urge una guerra de guerrillas espiritual, de ideas, anti consumista, por ello te invito a hacer, con este artículo de Julio Martínez Molina publicado en www.caimanbarbudo.cu como esos mensajillos de superstición internáutica tan de moda, que te llegan con la casi amenaza de que lo rebotes a 10 amigos o conocidos, o para que te dé suerte o para impedir la mala.
De aquellos mensajes cabalísticos no puedo opinar (o no quiero ahora) pero de este recomiendo ahora sí puedo afirmar que nos lleva a razonar sobre espantos que nos rodean, hiriendo nuestros sentidos y a veces no nos percatamos del daño que nos hacen. Así que riégalo y te dará suerte, porque contribuirás el espíritu solidario del prójimo, y a cada verso que das otro ser recibes una buena cota de dicha. “Dando a otros ventura fabricamos la nuestra” dijo José Martí, quien cayó combatiendo en Dos Ríos un día como hoy, brindemos por él, como él lo haría, expandiendo la poesía.  

¿De universidad para todos a mal gusto para todos?

Por: Julio Martínez Molina. 14|5|2014
Todas las partes de Chucky le dieron menos pesadillas al redactor que ese muñeco-jarrón el cual hace las de pórtico de la cienfueguera tienda Casa Mimbre. No obstante, venció el miedo a la figurita de casi 100 CUC y capturó la referida foto, antes de estampar la vuelta en círculo a la primera planta de la instalación y tomar luego otras instantáneas de budas cubiertos con alfombras, gatitas con hidrocefalia, cocineros en forma de reloj, muñequitas encostradas en uvas/caracolas o junto a canes, muñequitas nórdicas con ceniceros anexados, relojes con casitas: expresión concreta del más explícito kitsch o estética del mal gusto.
Ya en este punto el periodista debió interrumpir su tarea, pese a no molestar a nadie y realizar las fotos con una diminuta cámara sin flash, puesto que una dependiente lo invitó amablemente a cesar las fotografías “porque aquí no se puede”. Justo en dicho momento le iba a poner la guinda al pavo, al tomar las fotos de otro grupo de muñecones centenarios, bastante parecidos al primero, ubicados en la misma entrada: en el espacio donde antes estuvieron enormes búcaros, mastines o tigres, exponentes del extemporáneo y, en cierto modo paradójico, mal gusto imperante en el sistema comercial de la nación. Sí, a ver, esta tienda (mcdonalizada, una habla por la mayoría del país) es cuanto en Cine se llama mcguffin, en Política pretexto, y en Periodismo pie o base temática. Este texto extravasa, por mucho, el nada determinante contexto físico de una unidad comercializadora, e incluso su conjunto, en tanto el asunto observa amplificaciones e interrelaciones disímiles a escalas más generales, las cuales abordaremos una vez definidos los rostros del kitsch.
Se trata el citado de un término muy veterano, acuñado por comerciantes muniquenses de mediados del siglo XIX, en pos de calificar “el material artístico barato”. Algunos autores sostienen que el vocablo alemán toma origen de la palabra inglesa sketch: “diseño”, “esbozo”, “bosquejo”, “boceto”, “croquis”, mal pronunciada por los artistas de Munich y aplicada a esas imágenes baratas compradas como souvenirs por los turistas angloamericanos. Otra interpretación sugiere su raíz del verbo germano verkitschen, que significa “fabricar barato”. También se le asocia con la voz kitschen, la cual en el sudoeste de Alemania alude a “recoger basura de la calle y también hacer muebles nuevos a partir de los viejos”, como recuerda el ensayo La cara kitsch de la modernidad (Universidad Austral de Chile).
Según el citado texto, las paradojas estéticas envueltas en la esencia de kitsch se vinculan con el concepto español de cursi o el francés de camelote o style pompier en inglés; en hebreo schlock o schmaltz; poshlust en ruso. Es en la primera parte del siglo XX cuando más se relaciona con la noción de inadecuación estética. En 1939, el crítico de arte Clement Greenberg considera en su ensayo Vanguardia y Kitsch que este último está promovido por el propio capitalismo, para fomentar el consumo pero no las inquietudes culturales. Dicha experiencia sustitutiva y falsa sensación, presentado como un nuevo arte, un nuevo movimiento, en realidad fue, es y será una degradación del mismo arte, manifiesta. En tanto hecho imitativo no produce ningún acto formativo nuevo, pues su objetivo es satisfacer impulsos. Este pensar sólo en lo “bello” le confiere un no sé que de falso, bajo el cual se intuye un “mal ético”, propugnaba el texto Kitsch y arte de tendencia (Hermann Broch, 1933), a cuyo juicio quien lo produjera era un “ser éticamente abyecto”.

LA TIENDECITA DE LOS HORRORES
La rana-hoja lacustre, el caballo-cofre y el elefante-aditamento no identificado, todos al precio de 94.75 CUC, que croan, relinchan o barritan de dolor en el umbral de la tienda cienfueguera Eureka hablan —entre otros productos— del espeluznante mal gusto de la red comercial cubana. La galería expendedora de la nación constituye una suerte de Las Vegas pequeña, “navaja suiza” o tiendecita de los horrores de tapices con felinos, objetos polimórficos multifuncionales, asientos con forma de zapato, enanitos de jardín, lámparas-linternas-cajas de música e infinidad de artículos representativos del objeto kitsch en estado puro.
En vistas de que buena parte de los estudios próximos más fundamentados alrededor del tema no han sido publicados en Cuba, y los interesados en el mismo solo hemos podido agenciárnoslos vía digital, sugeriría al lector motivado en profundizar sobre el asunto el análisis del ensayo El Kitsch: fenomenología, fisonomía y pronóstico (Editorial Arte y Literatura, 1989), del filósofo y profesor de Estética búlgaro, Iván Slávov, entre lo más digno sobre el tema aparecido aquí. El teórico recuerda, por ejemplo, “que son kitsch los objetos cuya forma, tamaño y material no responden al objetivo para el cual se concibieron. Verbigracia, un vaso para beber cerveza con la forma de la cabeza de Bismarck, un molinillo de café que asemeja a la torre de Eiffel, etcétera”.
Además de su carácter sucedáneo y de adaptación homologadora, el kitsch, aplicado a este tipo de objetos, se caracteriza por su función tranquilizadora (si tengo esta imagen tan chula de una mulatita folclórica for export en casa, ¿por qué diantres debo preocuparme por saber quién fue Carlos Enríquez?) Matei Calinescu (Kitsch, cinco caras de la modernidad, 1991), lo expresaría así: “su vago poder alucinógeno, su espuria ensoñación, su promesa de una fácil catarsis”.
Otros signos suyos serían el recargamiento, la exageración, acumulación, frenesí, hedonismo, liviandad, desvirtuación, incongruencia, pomposidad, cultura de mosaico, fatuidad, melifluidad, hipocresía, sentimentalismo, ausencia de sentido, repetición o estereotipia. Amén de los anteriores, existen otros elementos identificadores de cuándo un objeto “artístico”, o de otra índole, resulta kitsch. Entre sus morfemas básicos, Abraham Moles consigna en su controvertido pero no por ello menos interesante Le kitsch: l´art du bonheur (París, 1971), la desproporción de las dimensiones respecto al objeto representado, oscilante del gigantismo al miniaturismo. Esto explica el batracio gigante de Eureka y la pequeña minina cabezona de Casa Mimbre.
En el igual de polémico, más de necesaria lectura, Apocalípticos e integrados, Umberto Eco —a cuyo juicio, el mal gusto, en arte, es la “prefabricación e imposición del efecto”— sostiene que “el kitsch puede ser definido como una forma de desmedida, de falso organicismo contextual, y por ello, como mentira, como fraude perpetrado no a nivel de los contenidos, sino al de la propia forma de la comunicación (…) es aquello que se nos parece como algo consumido; que llega a las masas o al público medio porque ha sido consumido; y que se consume (y, en consecuencia, se depaupera) precisamente porque el uso a que ha estado sometido por un gran número de consumidores ha acelerado e intensificado su desgaste”. Eco fundamentaría la propagación comercial del producto en la existencia de una categoría de operadores culturales que producen para las masas, utilizando en realidad a las masas para fines de propio lucro en lugar de ofrecerles realizaciones de experiencia crítica.
Las resignificaciones a partir de asunciones re-creativas o cosmovisiones lúdico-regeneradoras de lo kitsch, de Warhol a Almodóvar, por supuesto, no vienen a cuento en la línea de flotación e interés temático de este material.

LA INELUDIBLE EDUCACIÓN ESTÉTICA
 Son oprobiosos, desde el punto de vista estético, los cuadros vendidos en el entramado comercial de la nación. Lo más sensato que los cubanos hemos podido apreciar en las tiendas recaudadoras de divisas luego de la despenalización del dólar fueron algunas, no todas y ni siquiera la mayoría, de aquellas reproducciones de arte universal o nacional colgantes en las dependencias de Artex, hoy día en fase total de extinción. Con tales copias en serie, enmarcadas en marquitos de diez u once CUC, había que conformarse, pues está claro que adquirir un original en cualquier galería, museo, recinto ferial o en la misma casa del creador, resulta punto menos que imposible para la población criolla dentro de un país donde los coleccionistas privados no superan el centenar, dada la inequivalencia abismal entre los precios fijados por el artista y el débil poder adquisitivo promedio local. Pero ese es otro tema. El de nuestro artículo es el del mal gusto.
Perogrullo me mandaría a fotografiar, pero el antídoto al veneno del mal gusto es la Educación Estética; no hay otro. Solo mediante ella se neutraliza el poder de la cobra. El primer paso del camino para agenciársela consiste en leer: no exactamente de arte en los momentos preliminares; de todo, ficción de cualquier parte y todas las épocas/géneros, antes de llegar a los nombres o corrientes imprescindibles, antesala de los ensayos teóricos sobre las manifestaciones culturales. No existirá entendimiento alguno, de nada, sin lectura. A la par, se precisa robustecer el conocimiento de forma integral, viendo, escuchando, asimilando e incorporando —desde una posición interpretativa al inicio y más tarde crítica—, cine, teleseries, música, danza, arte en los museos y espacios galerísticos; también visitar epicentros expositivos, asistir a conciertos o puestas, participar en recorridos histórico-culturales.
Todo ello irá conformando una sensibilidad estética en la persona, la cual, en determinado grado ulterior de desarrollo (marcado en última instancia por el afán personal de superación), se convertirá en espíritu cultivado; por ende dotado de las herramientas valorativas necesarias como para que se le prenda un foco rojo en el encéfalo no más advierta el mal gusto a kilómetros.
Tamaña materialización personal no marcha en relación de férrea dependencia con el universo laboral o entorno social del interesado. En primer caso, reitero, atraviesa por el deseo, la ambición y la visión del ser humano. Universo, perfil y escuela ayudan, pero a la larga no definen.

VALLADARES EN EL CAMINO A ESA EDUCACIÓN ESTÉTICA
Lo anterior no apuntaría hacia la inexistencia de valladares en la consecución del sano propósito (los hay y bastantes), como tampoco invalida la función formativo-gnoseológica del sistema educativo, en cada una de las enseñanzas. Pese a poseer Cuba una de las más sobresalientes educaciones públicas del planeta, no sería sustentable un planteamiento mío proclive a glorificar la educación estética del alumnado nacional, comarca en la cual  existen grandes lagunas a llenar. La esfera representa la Cenicienta de nuestras clases y no siempre es impartida por las personas indicadas, salvo en carreras puntuales de la familia de las Humanidades dentro de la educación superior, o en las escuelas de arte.
El mecanismo editorial del país precisa de muchos más volúmenes de crítica de arte o historia de la estética y sacar a flote a los grandes pensadores del último cuarto de siglo, virtualmente ignorados aquí. Los entes decisores de dicho aparato, a escala nacional o territorial, no pueden blandir la justificación mercantilista de que algunos de estos materiales “no tienen salida”, bajo la cual esconden la mala gestión de venta o la escasa promoción de los títulos.
Los medios de prensa masivos (no especializados) desarrollan una labor insuficiente en sus segmentos culturales, dominados por lo informativo-referativo, sin tiempo, líneas, interés o visión para la valoración crítica. Las obras de nuestros artistas plásticos, los discos de nuestros músicos, los libros de nuestros escritores no reciben el inherente comentario, salvo excepciones. Menos los creadores del exterior. Hace pocas semanas falleció, de forma tan temprana como lastimosa, Philip Seymour Hoffman, considerado, sin exageración, el mejor actor de su generación en el planeta. Fue un domingo. Ni el lunes, ni el martes ni nunca la prensa nacional publicó nada. No hablo de un quimérico artículo de fondo-obituario; ni siquiera la esquelita de un párrafo.
Grandes novelas o libros de cuentos de autores de este país no han recibido una mísera reseña en los periódicos. La crítica de música es prácticamente inexistente en los medios masivos. La mejor sonoridad cubana —de todos los tiempos pero sobre todo del actual— es reproducida en discos compactos y comercializada a un precio que satisface al cliente extranjero pero no al local, dado su carestía desde el entendido de la menguada solvencia patria.
Luego de elaborar este artículo, el primer vicepresidente cubano Miguel Díaz-Canel, reflexionaba sobre el asunto, en entrevista publicada por el portal Cubaperiodistas: “Prácticamente lo que hacemos es una descripción y no una crítica sobre los principales acontecimientos culturales”. Así es.
El apoyo en el cimiento de una Educación Estética por parte de la televisión, ese medio de tanto poder, resulta harto limitado. En ciertos casos, en vez de contribuir a forjar el espíritu cultivado del cual hablábamos en la anterior parte, cuanto hace es meterlo dos metros bajo tierra. Los programas musicales juveniles y otros, son globalizadamente vacuos. No es casual que se prefiera lo que se prefiere en buena parte del receptor, con semejantes selecciones (y comentarios de los presentadores: rayan la pesadilla, por desinformados, acríticos, mendaces, ligths). Con programadores semejantes en la División Musical, ni la National Endowment for Democracy, la USAID o People in Need necesitan hacer demasiado aquí.

¿REGUETÓN, ALCOHOL Y MACHETE?
Comprendo que le resulte difícil a un joven interesarse por la verdadera buena música producida hoy día en  EUA, América Latina, el Caribe, África, Europa y Asia (existe una producción alternativa fabulosa, desconocida en Cuba solo porque es mucho más fácil el mimetismo y nadie se digna a “bajarla” para ponerla en cualquier espacio audiovisual), si está entre la espada y la pared. La televisión, sin criterio propio, reproduce —facilismo tan abierto que hiede— las listas mercantilistas aupadas por los grandes conglomerados disqueros o emporios musicales; mientras, en el 90 % de las memorias flash u otros dispositivos se carga lo que viene cada semana en el “paquete”.
Anotar que “lo escogido” en Música dentro del paquete es de recoge y vete, ahórcate que se acabó el camino. Su selección semanal cubana resulta malsana e hirientemente mala. Salvo algún numerito “colao”, jamás estará representado allí el trabajo de nuestros principales creadores de la trova, los cantautores, lo mejor del pop, la fusión. Es la cárcel del reguetón, charangadas salseras y pop maluchero con videos de machistas alfas rodeados de jovencitas ¿drogadas?, compitiendo por romperles la portañuela. Ignaras muchachitas. Ni idea tienen que, prostituyendo su dignidad en esas poses serviles, echan por el caño siglos de lucha de su sexo.
Alguien comentaba hace poco en la calle: “Pero es que son los tiempos del reguetón, el alcohol y el machete”. Si aceptamos eso, entonces sí estemos dispuestos a olvidarnos de todo. Ruanda 1994; matémonos ya.
El mal gusto (en tanto consecuencia del escaso grado de desarrollo de la educación estética, derivado a su vez de una limitada cultura artística e integral, cuyos muñones impiden formar la mano de ese concepto propio huraño a la copia) ha invadido este país. Y no solo las tiendas, arribas aludidas. Incidió, en márgenes dignos de la mayor atención social, en el imaginario turístico, la decoración interior hogareña e institucional, los hábitos de vestir, los pelados —es la primera vez en la historia que ciertos cortes de cabellos provocan no ya vergüenza ajena sino hilaridad antes de que la perspectiva del tiempo sea la encargada de ponerlos en sus sitios caricaturescos, cual suele ocurrir siempre— y hasta los mismísimos autos llenos de marcas de tenis o banderitas mundiales: expresión soberbia del kitsch sobre ruedas. Y dentro de las reproductoras de parte insolente de dichos vehículos el consabido kim kim kim kim, kom kom kom kom (los tambores de Kong, que le llamo); e igual en los barrios,  sin importar nada ni nadie, ni hora.
El mal gusto, también, se ha hecho amigo del DVD o el puerto USB de casa y, cual ángel exterminador buñueliano, no puede salir del espacio hospedero. Lo mismo, en celulares, audífonos, computadoras.
Cuando ese mal gusto (combinado con su inmanente vulgaridad y la falta de civismo) se convierte en un modo de vida, cuando llega a formar parte del status quo, las visiones se alteran. Adquiere un pernicioso poder de influencia que llega a captar, incluso, por efecto de bola de nieve, hasta justos junto a pecadores. Porque el primero se pregunta, como la mujer abandonada por el hombre querido: “¿y qué tengo yo?”. Nada, mi amigo, siga firme; no tiene ningún problema, ni está equivocado. Dudas y pruebas andan con los buenos desde los tiempos del Antiguo y el Nuevo Testamento. En ti, en tus enseñanzas a quienes te habrán de suceder, radica la esperanza. (Me tildarán de personalista, coelhiano y hasta kitsch, ¡culmen del colmo!, pero el camino del Saber no lo abre nadie más que uno mismo). Ayuda a ese nieto, ábrele aquel libro, ponle un buen disco, muéstrale ese lienzo, invítale a ver más allá. ¡Amén!
Cultura, Educación Estética, Instrucción, Sensibilidad, Espiritualidad: el pentágono redentor. Son los cincos dioses a rezarle, para salir del atolladero.

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