Fidel es un país

Fidel es un país
____________Juan Gelman

domingo, 25 de noviembre de 2012

El Diablo en Somos Jóvenes No 26

Revista mensual 196 Junio 2001
Iluminas. Alguna soledad se espanta siempre que estás aquí rondándome, y no tan silenciosamente como cuando nos conocimos. Ya puedes juzgarme y sabes que no llego plenamente a una abstracción.  Por mucho que desee ser solo un recopilador sonrío y padezco inevitablemente entre estos trazos, lo que me impide ser el sabio que algún día soñaste. A estas alturas de los textos comprendes que las contradicciones humanas interfieren a ratos mis señales, perdiendo entonces la nitidez que merece tu alma. Por suerte, o precisamente por las ideas que ya hemos recorrido juntos, estás en condiciones de perdonarme las perezas o divagaciones porque comprendes que soy de carne y hueso y sueños, por mucho que me empeñe en ser simple (e inmensamente)... El Diablo Ilustrado  

Ser pequeño no es tener poca estatura, sino ser bajo de alma, así como no se es grande por poseer riquezas, poder o fama, sino cuando se llega a la libertad de la sabiduría sencilla, cuando se alcanza el don de descubrir el sortilegio de la luna, las sorpresas del amanecer, los rumores del mar. Es grande quien conoce la felicidad de darse, quien tiene la capacidad de viajar hacia la pureza por muchos palos que le da la vida.
Escribió Goethe: Una época grandiosa ha parido este siglo, mas halla el gran momento una raza pequeña. Sospecho que el sentido de estas palabras está relacionado con la poca evolución (o incluso involución) del espíritu con respecto al desarrollo científicotécnico, algo que no es exclusivo de su época. La segunda mitad del pasado siglo XX es una muestra de cómo el tiempo se acelera; cada día se desboca más el torbellino de la inventiva y, a su vez, aumentan la pobreza, la injusticia, las calamidades, las guerras, tal parece que viajamos hacia las cavernas mientras se torna más sofisticada la alta tecnología. Claro, la culpa no es de los avances científico-técnicos, sino de una sociedad de consumo que no los pone en función del hombre (y la mujer) porque está estructurada de manera que todo se desboque hacia las ganancias de quienes patentizan los inventos en lugar de mejorar la existencia humana. Un ejemplo sencillo y brutal de estos días sucede con el SIDA. Las potencias más desarrolladas pretenden la exclusividad de los medicamentos que detienen esta enfermedad e impedir que otros países puedan producirlos. El colmo de lo inhumano es que, en lugar de expandir rápidamente el mínimo hallazgo para salvar a nuestra especie se esté pensando en sacarle ganancias con el control de las patentes, sabiendo que esto cuesta millones y millones de vidas.
Por ello —aunque lo entiendo— en el fondo discrepo de Goethe, creo que es la época la que no es grandiosa porque está mal diseñada. Los seres humanos... es cierto que los hay terribles, cegados por las leyes del mercado, por la ambición, pero esa no es la raa humana, sino sus manchas.
Un gran escritor, no poco escéptico, Fernando Pessoa, dejó escrito el mundo es para quien nace para conquistarlo y no para quien sueña que puede conquistarlo, aunque tenga razón. Esto tiene que ver con las diferencias de un mundo donde el poder no se otorga a la virtud, sino al que tiene dinero. Pero tú y yo habitamos una isla que cambia esas reglas de juego, por ello los aparentemente fuertes no nos perdonan. Dice un amigo trovador algo que me parece hecho para ti:
Canción adentro
una mirada da por fin con el traspatio de mi ser
donde yace el poder
de toda la bondad
del que no quiere más
de lo que sabe dar.

Creo realmente en la herejía de los buenos espíritus, y aunque los tiempos estén —como diría Eduardo Galeano— patas arriba no nos preocupemos demasiado: el mundo será conquistado por los soñadores o no será.
Hay que empinarse más allá del lodo para alcanzar las cumbres de la vida y esto solo se consigue templando el alma. Ninguna época fue fácil y cada tiempo ha tenido versos como los de este amigo de pupila insomne, Rubén Martínez Villena:
¡Oh mi ensueño, mi ensueño! Vanamente me exaltas:
¡Oh el inútil empeño por subir donde subes!
¡Estas alas tan cortas y esas nubes tan altas!     
¡Y estas alas queriendo conquistar esas nubes!  
 
La melancolía no le impide los sueños. Poetizó su vida hasta entregarla por alcanzar la talla humana que le pagó haciéndole inmortal.
Nada hay como la paz con uno mismo, ella nos da la verdadera estatura. Retornando a Pessoa nos llega un buen consejo:
Para ser grande, sé entero: nada tuyo exageres o excluyas.
Sé todo en cada cosa: Pon cuanto eres en lo mínimo que haces.

Aquí está la clave, no da nunca el paso fácil, no dejarse llevar por la oscuridad de un alma vencida o vanidosa, o turbia o engañosa, sino por lo que el más puro sueño nos exija, aunque ese sendero no sea rosado. Un poeta griego, Kavafis, decía:
A cada uno le llega el día
de pronunciar el gran Sí o el gran No.
Quien dispuesto lo lleva
Sí manifiesta, y diciéndolo
progresa en el camino de la estima y la seguridad.
El que rehúsa no se arrepiente. Si de nuevo
lo interrogasen    
diría No de nuevo. Pero ese

No —legítimo— lo arruina para siempre
La carga positiva hacia lo que nos rodea, hacerle bien sin buscar recompensa, crecer con la inteligencia noble. No creas en los pícaros, ni en los astutos que suelen verse como ganadores, a la larga ellos pagan su espejismo. Siempre es bueno acudir a un excelente médico de almas, nuestro Martí: La sinceridad: he aquí su fuerza. El estudio: he aquí su medio. Y un derecho solo recaba para sí: su derecho a lo grande.
Estos fantasmas inmensos que ha tenido la humanidad nos dictan la esencia de la vida, allá el que no la siga, pobre del que se empequeñece entre la envidia, la ignorancia, la ambición, pobre del que se encoge porque no sabe dar, pobre del que consume la existencia sin conocer la felicidad, que no es más que la paz de saberse un ser completamente humano.
Confío en ti, tanto, que te dejo un secreto vital: te regalo estos versos de Antonio Machado con la esencia de la grandeza, la que brota de la sencillez de los espíritus honrados:
Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito      
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar. 

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